EL IMPERIO DEL MIEDO
La Fiesta de los Toros tiene entre sus muchas particularidades, una que atañe a los aficionados, que merecería los más profundos análisis freudianos. No es otra que la actitud de algunos aficionados ante el miedo normal y natural de los toreros.
En su gran mayoría, quienes asisten a las plazas de toros en calidad de aficionados o amantes de la Fiesta, lo hacen porque admiran esa mezcla de rito y danza en la que un hombre baila con la muerte simbolizada por el toro.
Obviamente, estos aficionados admiran al torero por sus diferentes virtudes, el arte, su valor, su inteligencia y sobre todo porque los diestros son capaces de hacer algo que para nosotros, el común denominador de las personas, es imposible hacer: Enfrentarse de manera voluntaria, valiente y gallarda, a un animal que al menor descuido te puede matar, con el particular propósito de crear una obra ética y estéticamente plausible.
Para esta gran mayoría de aficionados, se establece una relación de auténtica devoción por quienes salen a la arena y asumen aquello que nosotros no somos capaces de asumir y por eso a mayor destreza artística, a mayor valor de los diestros mayor cotización de su caché, y hay aficionados que son capaces de pagar lo que no está escrito por una entrada para ver un cartel de esos que llaman de “campanillas” o relumbrón.
Ahora bien, para esta mayoría de aficionados la contemplación o percepción del miedo en los toreros se acepta como una conducta absolutamente humana, totalmente comprensible y poco o excepcionalmente censurable, pues este señor que la sufre ha tenido por lo menos el valor de haber bajado a la arena a enfrentarse con la muerte. Que lo haga mejor o peor, con más o menos miedo es irrelevante, este señor fue a la guerra y merece respeto, porque el miedo, el miedo de verdad está en los tendidos en todos aquellos que nos sabemos incapaces de asumir un reto de tal envergadura. De allí esos silencios tan considerados, a veces muy duros, pero siempre respetuosos con que en algunas plazas de toros se sanciona el miedo o el fracaso.
Sin embargo, hay otro grupo de aficionados, felizmente una pequeña minoría, que no perdona que el torero evidencie miedo. Es como si este señor aficionado, se creyera dueño único de todos los miedos posibles, de hecho sería incapaz de bajar a la arena a enfrentar cara a cara a la muerte, pero traslada esa gran frustración denostando cualquier atisbo de miedo que aflore en los lidiadores.
Llegan al extremo de querer dirigir la lidia a aquellos, exigiéndoles asumir las posiciones técnicas que consideran de mayor riesgo, justamente las que ellos nunca asumirían: “crúzate”, “ponte en el sitio”, “adelanta la pierna”, todo desde la comodidad del tendido del miedo, y así tarde a tarde van drenando la terrible desgracia de ver a otros que si son capaces de hacer y asumir el reto del juego con la muerte.
Son estos justamente, los que gritando mas alto que los demás han impuesto ese toro descomunal, con unos cuernos que tocan el cielo, para que la prueba para los que han sido capaces de vencer el miedo sea la mas dura posible, el mas difícil todavía, y con ello han logrado imponer un toro atacado de kilos, que no se mueve y que se está cargando la Fiesta.
Y pobre de aquel diestro que de un paso atrás, ese será lanzado a los infiernos porque no merece estar en la arena, ni siquiera merece estar sentado a su lado en el tendido, porque se parece a ellos y lo que es peor, lo ha evidenciado. Contra aquel diestro almohadillas y gritos de cobarde, le falta un h...., aunque a ellos les faltan los dos, todo desde el Imperio de los Miedos, porque como espejo roto, ese torero los refleja en sus peores sentimientos de frustración e inhumanidad. Felizmente son una minoría.
UNO DE SOL
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