Y de repente, te das de bruces con la realidad. Siglos de lucha, de sangre derramada por valientes que dijeron que la libertad era un sueño posible. Derechos conseguidos a golpe de faca. El hombre como epicentro de la razón echado por tierra de un pueblo que pide a gritos eso que no daría a su vecino animal humano.
Un hombre duerme en la calle -¿vagabundo no humano?- buscando el cobijo de una marquesina. Ellos siguen con su vida. Pasean su yorkshire, se agachan con disciplinada obediencia a recoger su caca, mientras se estremecen viendo un cartel que pide un servicio de urgencias para animales en la calle. Con recelo, miran más abajo y se apartan con cara de asco. El humanismo muere aplastado por un gran monstruo.
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