lunes, 4 de febrero de 2013

LOS MOZOS DE ESPADAS TAMBIEN MUEREN EN LA PLAZA DE TOROS


  
 
El 18 de julio de 1966 en Pastrana (Guadalajara), Genaro Barrera fue herido mortalmente por un novillo, bizco, de pelo cárdeno del hierro de José Escolar.
La falta de enfermería y negligencia del conserje del Sanatorio de Toreros dieron lugar al fatal desenlace. 
Genaro Barrera es uno de los tres mozos de espadas muertos por asta de toro de los 200 últimos años documentados. Uno en la plaza de toros en Zaragoza en 1917 y otro en Perú en 1995.

A la izqda. de Pedro Barrera, Genaro, a la dcha. el banderillero José Mª Fuentes
Estas líneas son un pequeño homenaje a todos los mozos de espadas. Personas desconocidas para la mayoría del público que llenan los tendidos y que los ven en el callejón de la plaza, siempre pendientes de un gesto de su torero, cuando está en el ruedo, o a sus espaldas mientras espera turno. Sin embargo su papel es de suma importancia ya que es la persona de confianza del maestro y su apoyo incondicional, tanto en el triunfo como en el fracaso.
Busca su tranquilidad por encima de todo, se adelanta a las necesidades y pensamientos de su maestro. Tiene gran complicidad con él, dentro y fuera de la plaza, con una sola mirada sabe lo que quiere. Se podría decir que el mozo de espadas es la sombra del matador.
Su trabajo consiste en prever, organizar, controlar y solucionar imprevistos, de todo tipo y en cualquier momento. Reserva (antiguamente los billetes de tren) pasajes de avión, habitaciones del hotel, coordinando con el chofer llegadas y salidas. Supervisa  los capotes de brega, muletas, espadas, esportón, fundón, botijo (cuando se usaba), hoy tan solo lo lleva Morante, Perera y algún otro, etc. Así como vestidos de torear, zapatillas, camisas, añadido, corbatín, fajín, leotardos, montera y capote de paseo. Sin olvidar el costurero. Incluso esta pendiente de la ropa de calle. Todo a punto y en orden. 
Acude al sorteo de los toros. Inspeccionando la documentación acreditativa para la corrida y seguros sociales de los subalternos. Los pases a favor, invitaciones y entradas.
Mientras su torero descansa o monta su capilla. El mozo de espadas, respetando las costumbres y supersticiones del torero, va preparando por orden; chaquetilla, chaleco, taleguilla, fajín, corbatín, medias, camisa, añadido, zapatillas, montera y capote de paseo. Asegurándose de que todo esta listo para que no falle nada a la hora de vestir al diestro.
Hay un tiempo de descanso tras el frugal almuerzo y la hora de  prepararse para acudir a la plaza. Tiempo de incertidumbre, angustia, miedo o ansiedad. Conocidos y compartidos por el mozo de espadas que vela, filtrando llamadas, visitas y prensa, para que nadie ose interrumpir este momento.
Cuando llega la hora, como si se tratara de la sacristía de una iglesia, comienza “el rito de vestir al sacerdote” para el ritual. Momentos íntimos en que el mozo de espadas, con todo el respeto y afecto, comienza a vestirlo, dándole todo su apoyo y devoción.

Ya en la plaza el mozo de espadas va al callejón para preparar capotes, muletas y estoques, antes de iniciarse el paseíllo.
Durante el festejo, con una sola mirada del torero, el mozo de espadas intuye lo que le demanda y asiste desde el callejón, con agua, toalla, estoque, muleta o capote. Finalizado el festejo, de nuevo en el hotel, el mozo de espadas le quita el vestido y le prepara la ropa de calle, mientras comentan la tarde.
Tras la noche de viaje a un nuevo destino. Cuando todos descansan, el mozo de espadas repasa el vestido, lo lava si es necesario, camisa y medias, cose los rotos, limpia las zapatillas y lo deja todo listo antes de retirarse a descansar.
Todo esto fue Genaro para su hermano, el matador de toros, Pedro Barrera, al que acompañó por todas las plazas de España y América. Genaro era extrovertido, jovial, alegre, divertido y con un gran don de gente. Siempre unidos. Hasta después de su muerte, Pedro se ocupó para que no faltase nada a su viuda y a sus hijos. 

Entre  las muchas anécdotas que contaba Genaro, recuerdo un día que toreaban en La Coruña, el tren llegó con mucho retraso, sin tiempo de llegar al hotel. Genaro hizo un círculo con los capotes sujetos por los mozos de estación y allí vistió a su hermano. De la estación a la plaza. En otras ocasiones cuando llegaba un traje de calle nuevo, pensando que su hermano dormía, se lo ponía y se paseaba por todo el hotel para confundir a la gente. Se parecían mucho.
También comentaba:”Mi hermano quiere que sea torero, he toreado varias veces, él  siempre a mi lado como banderillero. Dice que lo hago muy bien, pero los toros me dan mucho miedo”.
“Es muy exigente con su vestuario de torear, todo lo quiere perfecto. Es uno de los toreros mejor vestidos dentro y fuera de la plaza”. “El día de corrida para matar el miedo me armaba la bronca por nada. Una tarde me rechazó cuatro camisas, al pedirme otra le saque las quince que tenía. Cuando se acercaba la hora se calmaba y se dejaba vestir”.
Cuando su hermano se retiró de los ruedos en 1946, él también lo hizo. Pero mantuvo actualizado su carné de mozo de espadas.
Llegó el día fatídico, el 18 de julio de 1966. Genaro fue con su hijo Pedro y un sobrino, ambos de 15 años, a Pastrana (Guadalajara), a una novillada de José Escolar, en la que actuaban Salvador Ruiz Caro y Bartolomé Sánchez “Sánchez Coloma”. El empresario, Ramón Elbal, le pidió que le ayudase a controlar las entradas, debido a la gran cantidad de público asistente. Finalizado su cometido el empresario lo ubicó en un burladero.

El segundo novillo salió suelto del tercio de varas, pasó por el burladero sin mirar, con la mala fortuna que el novillo se volvió y empitonó al antiguo mozo de espadas contra el muro. 
La plaza no tenía enfermería, el herido fue trasladado a una casa de enfrente, donde los doctores Toledano y Cortijo le atendieron con los pocos medios que tenían. Un joven llamado Juan Martínez, en su Renault, lo llevó a Madrid con su hijo y sobrino.
Genaro consciente de su gravedad dijo “Me ha matao”. Y tuvo fuerzas para indicar la dirección del Sanatorio de Toreros. ”A la calle Bocangel”. Fueron sus últimas palabras.
A la puerta del sanatorio “Salio un señor con bata blanca que les denegó el paso, alegando que no era torero profesional”. Los enviaron al centro quirúrgico de la calle Montesa, especializado en accidentes de circulación. El cirujano que le atendió dijo que no tenía experiencia en este tipo de heridas.
Allí ingresó con un parte medico que reflejaba:”Herida por asta de toro de 10 centímetros en la fosa Iliaca izquierda, penetrando en la cavidad abdominal con rotura del meso y hematoma peritoneal. De pronostico muy grave”.
Su estado no mejoró, falleciendo a las 02,00 horas. Según refleja un articulo del 21 de julio en el diario “El Alcazar”.
En un principio a la herida no se le dio importancia porque era del tamaño de un ojal. Sí Ramón Elbal hubiese ido con ellos al sanatorio habría informado que el herido tenía carné profesional actualizado de mozo de espadas, lo que ignoraba su hijo, y que además era muy amigo del doctor Jiménez Guinea, desde siempre, por sus largas estancias en el sanatorio, debido a las cogidas de su hermano Pedro.
Su muerte fue un duro golpe para el matador de toros que se encontraba en su finca El Pinar en Caravaca (Murcia). Al llegar a Madrid comentó: “Tiene que ser el destino porque con el miedo que le tenía a los toros, uno lo ha matado, cuando lo normal es que hubiera sido a mí”.
La muerte de Genaro Barrera corrió como la pólvora. A pesar de la fecha acudieron al sepelio matadores de toros, ganaderos, empresarios y gran numero de amigos.
El 27 de julio de 1966 en el diario “El Alcazar” salio una nota del Montepío de Toreros donde justificaban su actuación, acogiéndose al artículo 63. “El Sanatorio de Toreros no es una clínica de urgencias”, firmado por el secretario Antonio Soto.
La redacción del periódico insertó una nota de prensa que establecía; “Lo primero deben ser los intereses humanos y luego lo demás”.
Pedro no quiso demandar al Sanatorio de Toreros por “Omisión del deber de Socorro”, pues ya a Genaro nadie le podía devolver la vida.
En esta época  la prensa  hablada y escrita tendría tema para una larga temporada.  POR P BARRERA.

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