domingo, 20 de mayo de 2012

COMO LLEVAR AL NUEVO AFICIONADO A LA PLAZA


El toreo es un espectáculo equiparable a la ópera o al teatro de vanguardia - Foto: Raúl
tomado de venezuela taurina.com* El toreo es un espectáculo equiparable a la ópera o al teatro de vanguardia. Hace falta atraer a 
los jóvenes con carteles de primera línea

por: Andrés Sánchez Magro - tomado de larazon.es - 15 Mayo 12 

Hay una fecha tradicional en el calendario taurino que es la corrida de primavera en Brihuega, bella y escondida localidad de Guadalajara, a la que todos los años acuden las gentes del toreo. En este 2012 se acartelaban Morante de la Puebla, Juli y José María Manzanares y la expectación era desbordante. Los bares, tabernas, casas de comida, incluso coches bullían de gente joven que desbordaban de ilusión el hecho taurino. Chaquetas bien cortadas, vaqueros de marca, patillas amorantadas y bolsos de firma adornaban el ambientazo que se deslizaba hacía el coso de La Muralla. Luego, una lluvia torrencial e imprevista frustró el acontecimiento, pero lo relevante fue comprobar cómo el arte de Cúchares interesa a las nuevas generaciones si hay programaciones de primera línea. Muchos empresarios, detrás de la mata de la crisis, deberían tomar nota acerca de que las nuevas élites culturales económicas españolas no vuelven la cara al espectáculo de los toros cuando en lo alto del cartel hay toros y coletas de interés.

¡Qué difícil resulta invitar a chicos de veinte años a seriales tan mediocres como la pasada Feria de Abril, la bostezante Feria de Fallas o el tedioso sobre el papel serial isidril! Competir hoy como espectáculo de masas con el todopoderoso fútbol o los conciertos multitudinarios es una tarea épica a la que los taurinos parecen haber renunciado. Se desconoce la carga artística, emotiva y ética del hecho taurino, verdadera escuela de vida y buenas costumbres que usualmente ha sido valorada por los hombres de pensamiento y por la sociedad vanguardista. Los nuevos taurinos son los viejos taurinos, pues las generaciones se han venido sucediendo al calor de la propia evolución de la tauromaquia. Los toros, como decía de la novela Stendhal, son un espejo al borde del camino. La sociedad de Frascuelo y Lagartijo nada tiene que ver con la que aplaude a El Fandi o a José Tomás. Y aunque en los tendidos siempre ha habido gente importante, bellas damas y el pueblo más bizarro, la propia evolución de la tauromaquia se ha hecho al compás de los nuevos roles sociales.

El arte más intenso, fugaz y genuino que pueda existir necesita ser cantado y contado. Los empresarios deben de olvidarse del corto plazo y alegar el principio de riesgo y ventura como excusa para desanimar a las nuevas caras de las plazas de toros. Desde luego hace falta un pacto general para que esas numerosas iniciativas públicas que prohíben que los menores vayan a las plazas, sean rechazadas ¿Cómo seríamos aficionados si no hubiéramos acudido de la mano de nuestros abuelos a ver a El Cordobés o las salidas de El Viti por la puerta grande de Las Ventas? Los toros necesitan refrescar la sangre de su afición, conectar con los sectores más emergentes de la sociedad de consumo y legitimar un acontecimiento artístico que nada envidia a la ópera o al teatro de vanguardia. Ahora que vivimos la eclosión escénica del festival de otoño madrileño, sería conveniente que más allá de las ficticias Ferias del Arte y de la Cultura se programen carteles de habano caro y de perfume seductor en los tendidos. Los toros del siglo XXI requieren la propia modernización de sus ofertas, con ese difícil equilibrio que suponga no perder la esencia e integridad del toro y del rito.

En estos tiempos en que el ministerio de Cultura ha pasado a ser el refugio administrativo de la tauromaquia, los empresarios liberales de lo taurino deben aportar la verdadera atracción que son combinaciones de toros y toreros que permitan llenar las plazas. El anhelo romántico y equivocado de una afición que sólo existió hasta los años 60 en nuestro país puede ser el primer paso hacía un desenlace tan triste como el catalán. Hay nuevos taurinos que son auténticas células durmientes que necesitan ser activadas cuando hay carteles que mueven a los reventas y llenan los restaurantes aledaños a las plazas. Esa idea de que cualquier corrida tiene algo interesante servirá para que una tarde para iniciados como es la Virgen de los Desamparados de Valencia con seis toros de Victorino en los chiqueros tenga una entrada pobre. O para que las temporadas de Madrid sean una competición para contar si hay más guiris que autóctonos. El modelo de Brihuega, el fantástico fin de semana de Olivenza en Badajoz, la corrida de la Beneficencia capitalina de este año o algunas tardes de Bilbao deberían ser el camino para que las clases medias que viven el ocio como una elección culta y de buena vida elijan el paseíllo taurino.

Los que viajamos como vagabundos del toreo por ese virtual planeta de clarínes y estocadas creemos que las generaciones se hermanan cuando la intensidad y la verdad taurómaca explotan. De Belmonte a Manolete, de Joselito «El Gallo» a José Miguel Arroyo, la ilusión y la vitola es la seña de identidad de la cultura taurina, de los viejos y nuevos, eternos taurinos.

Andrés Sánchez Magro

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